Un país que es un mundo: sobre mi viaje por Perú
Salí de la frontera de Bolivia con la billetera más flaca aun, debido a la comisión que pagué al policía boliviano por no tener certificado de fiebre amarilla. Con esta imagen comenzó mi itinerario por Perú.
El primer destino fue Puno, donde visité la Isla de los Uros, y al otro día me marché a Cusco. Lo primero que noté fue que la comida era más barata aquí que en Bolivia, no así el transporte.
Cusco tiene una energía increíble. Atrapa a todos los viajeros que quieren pasar rápido por sus arterias y los retiene casi siempre más de lo planeado. Permanecí cerca de 10 días en esta ciudad y me costó mucho trabajo poder salir.
Cuando sacaba la tarjeta de estudiante para pagar más barata la entrada a Machu Picchu, me encontré con Nicolás e Ingrid, a quienes conocía del alojamiento El Carretero en La Paz. Nos pusimos de acuerdo y decidimos viajar al otro día a Machu Picchu por el camino alternativo de Quillabama.
Al otro día, y luego de ese viaje, debíamos tomar una combi que iba hasta la estación hidroeléctrica. Cuando bajamos del bus, los choferes de estos autos nos estaban acechando y por poco nos toman de los brazos y nos suben a la fuerza en sus carros.
Elegimos una trafic que era barata y prometía llevarnos directamente. “Les está mintiendo”, nos decían el resto de los choferes y entre todas las personas que queríamos viajar sólo había caras de incertidumbre (obviamente entre los que entendían español). Encima, a cada uno le habían dicho un precio distinto ya que aquí también funciona el patrón precio-cara.
Luego de una discusión acalorada, nos pusimos de acuerdo entre toda la comunidad internacional (yo le decía la ONU) que se apretujaba entre los asientos, para presionar al conductor por un precio igualitario y económico. Se cerró en 11 soles.
Ya en la hidroeléctrica caminamos con rumbo a Aguas Calientes. En el camino me encontré a una española que iba con los auriculares por las vías sin darse cuenta de que el tren podía atropellarla por detrás. Nos pusimos a hablar y le comenté del riesgo. Y a los 10 minutos pasó el tren que venía por nuestras espaldas. Luego de eso, me agradeció por la charla.
Al otro día, me levanté tarde. Todos los que me había cruzado decían que había que salir a las 5 de la mañana porque sino uno se pierde el ingreso a Wayna Picchu. Yo entré a las 10 am y pude ver lo mismo que los que madrugaron, que más descansado y relajado.
De Machu Picchu no se puede decir mucho más que lo que se sabe y de lo que se ve en imágenes. Sólo diré que no hay música que acompañe a este paisaje.
En este templo pasamos la tarde con Nicolás, Ingrid y Joozt, un holandés que comenzó su viaje por México con su novia, pero que en las primeras semanas se separó y comenzó a viajar solo.
Cerca de las 6 volvimos a Aguas Calientes y al otro día temprano salimos para la hidroeléctrica con un grupo de amigos. Del retorno, lo único para destacar fue la fuerte caída y el golpazo de nuestra amiga danesa llamada Cristina.
De vuelta a Cusco, me traje prácticamente a toda la combi para mi alojamiento que era barato, con cocina, internet y una vista increíble. En total, éramos tres argentinos, una chilena, dos danesas, dos alemanas y un holandés. El dueño se puso tan feliz que no me cobró la estadía por unos días. E Ita, una de las danesas, pudo festejar su cumpleaños junto con sus nuevos amigos.
Al otro día fuimos con las alemanas a la plaza San Francisco a tomar mates y a hacer algo de malabares. Al rato apareció un policía que nos invitó a sentarnos ya que lo que hacíamos “estaba prohibido, porque la plaza es para descansar y no para divertirse”. Le dijimos que no pedíamos dinero, pero tampoco se conformó. Esa es la otra cara de esta ciudad.
Los días pasaban y Cusco no nos dejaba salir. Así que la preocupación por el dinero nos empezó a pesar demasiado. Fue así como empezamos a buscar trabajo en Cusco.
Ganarse la vida en la ciudad del sol
En total, éramos cuatro argentinos los dispuestos. Y la posibilidad más fuerte para la mayoría era de camarero. Por mi parte, fui a hablar a los diarios y algunos canales de TV. Me recibieron bien pero en general me pedían un mes para que pudieran acomodarme.
Sin embargo, en un canal llamado IncaVisión, me dijeron que hable con un tal Walter Cervantes Lucana, dueño de la emisora y de una radio de la ciudad.
Fui a la discoteca Las Vegas, que también era de Walter y luego de un rato me recibió. Cerca de dos horas hablamos en la vereda. Me mostró otras discotecas que tenía por Cusco y contó que en Lima tenías otros bares y una hacienda donde cultivaba frutas. Finalmente, me citó al otro día para ver qué podía hacer.
Fui temprano, me recibió con unas frutas y hablamos nuevamente largo rato. Me propuso conducir un programa de cumbia pero con un detalle importante. La paga mía la tenía que conseguir yo mismo buscando anunciantes. No acepté. Entendió mi postura y me dijo que si necesitaba algo rápido podía trabajar en Las Vegas como camarero. Le pregunté por Nicolás y me dijo que también él podía trabajar. La paga era 25 soles ($ 28) por día pero habló bien de la propina. Sin muchas ganas de dar más vueltas le di el OK.
Trabajar en Perú tiene sus particularidades. Por ejemplo cobrar por adelantado, vender casi en exclusividad cerveza, cigarros sueltos y soportar que nadie, pero nadie, cuente con un encendedor (lo que significa la tarea incesante de prenderle el cigarrillo en la boca a la gente). Otras cuestiones más para saber son que se trabaja 12 horas por día y que la propina no existe para las personas de esta discoteca. Al final de la jornada nos enteramos de que habían corrido a dos mozos para ponernos a nosotros, ya que aquí prefieren los rasgos de los argentinos a los de su tierra. Con muchas críticas y pocas cosas positivas renunciamos al otro día.
Así terminó nuestra experiencia de trabajar en Las Vegas y comenzó la nueva de buscar un trabajo digno en el resto de Cusco. Cuando surgían los primeros interesados en contratarnos apareció Juan Martín, a quien conocí vacunándome contra la fiebre amarrilla en la ciudad de La Plata. Venía con la idea de internarse en la selva para conocer a un pueblo nativo llamado Machiguenga.
Investigamos los costos y tras comprobar diferentes criterios de los cusqueños decidimos viajar a la zona para informarnos ahí mismo. Si era caro, acordamos que podíamos trabajar allí para costearlo.
Ojalá que llueva café
De Cusco, una ciudad moderadamente pequeña, nos fuimos a Quillabamba, una ciudad decididamente chica. Y luego a Kiteni (más pequeña aún), donde permanecimos 4 noches conviviendo con una familia y acampando en la orilla del río.
Decidimos que para continuar el viaje debíamos trabajar, y por la zona la demanda de personas para cosechar café era alta. Así que de un día para otro nos convertimos en paleadores. Una familia, dueña de una pequeña chacra ubicada en el poblado de Selva Alegre, nos contrató y con la salida del sol subimos al cerro a buscar a este preciado grano.
Éramos cerca de diez personas, de las cuales, sólo nosotros dos éramos de afuera de la familia. El trabajo se organizaba en hileras de plantas donde cada persona se encargaba de una, sacando la totalidad de los granos maduros (similares a cerezas). La idea era repetir esa acción con cada planta, miles de veces, durante 12 horas. Luego de la dura jornada, uno recibe un plato de arroz y fideos que se repite en el desayuno, almuerzo, cena, y así hasta el fin de los días.
Así, trabajando de sol a sol y descansado durante las noches, se pasa la vida en la chacra “Aguas Cristalinas” de la selva peruana.
Hay otra cuestión para quien elige trabajar en la selva. Los insectos no perdonan y hacen que las picaduras se acumulen sobre la piel. El listado de los bichos que me picaron es largo: mosquitos, zancudos (mosquitos más grandes que pueden transmitir la malaria), unas moscas que dejan pus en donde pican, mosquitas que dejan un pequeños orificio, tábanos, hormigas de todos los colores, sanguijuelas, bichos colorados y gatas peludas (las más dolorosas). A esto se le suma la gran cantidad de arañas que no llegaron a picarme, unas hormigas de 4 cm (en su hormiguero metí la pierna, por suerte tenía botas) y una víbora venenosa que me acarició el pie sin llegar a morderme.
Todo eso, más la paga diaria de 15 soles ($ 17) motivaron que la estadía en la chacra sea breve.
Luego de renunciar, nos fuimos a Ivochote, el poblado desde donde salen las lanchas a los machiguengas. Los precios rondaban los 50 soles e incluso más, y de tanto averiguar alternativas, nos llegó la información de un tal Daniel que despachaba barcos de la municipalidad. Él podía hacernos viajar gratis.
Me dirigí a su oficina y me recibió un joven con una gran sonrisa. Era Daniel. Luego de conocernos bien, me contó que al otro día salía una lancha donde podíamos viajar y nos preguntó incluso a qué comunidad queríamos visitar. Luego de evaluar todas las posibilidades nos decidimos por Timpía.
Pero había un dato que debíamos considerar. Los machiguengas en unos días iniciaban un paro contra el Gobierno y si queríamos quedarnos, nuestra salida de Timpía quizás podía producirse luego de varios meses. Los pensamos bien y elegimos correr el riesgo. Era eso o permanecer sólo tres días en la comunidad.
Esa noche dormimos en una vieja iglesia evangélica que el pastor de Ivochote nos habilitó como hospedaje y a la mañana temprano iniciamos nuestro nuevo rumbo.
La vida en la comunidad
Llegamos al mediodía a Timpía. El día estaba nublado y el camino desde la ribera del Urubamba hasta el poblado era de un barro espeso. Hablamos con el subjefe y nos dio permiso para quedarnos. Más tarde, hizo el anuncio de nuestra llegada a la comunidad mediante el megáfono. “Van a ser 7 días hasta que nos conozcan y entren en confianza”, le dije a Juan Martín.
Al comienzo, notamos la indiferencia y los únicos que se acercaron a conversar fueron una familia de colonos que vivían al borde de la comunidad. Ellos nos obsequiaban fruta y de vez en cuando nos invitaban a comer.
A los dos días, Elena -la señora de esta familia- amaneció preocupada porque su marido Lucio no volvía de la chacra, y ella temía el ataque de algún animal. Por eso, acompañamos al hijo de 16 años río abajo a visitar al padre. Cuando llegamos, encontramos a Lucio en la costa sonriendo y despreocupado.
En unos minutos nos conocimos y comencé a meditar sobre la posibilidad de quedarme unos días con él para conocer más de cerca la selva. Él vivía de la pesca, la caza y sus cultivos, así que le ofrecí mi ayuda y me aceptó sin problemas.
Fueron 3 días intensos los que pasé en la chacra. Íbamos a pescar, a cazar y recolectar frutas por la selva. Recorríamos el monte sin soltar ni el rifle ni el machete ya que el tigre frecuenta seguido la zona. También limpiamos de maleza el arrozal y el yucal, y asechamos sin éxito a un picudo –animal similar a un roedor muy grande- que se comía las yucas.
Con la inminencia del paro, Lucio me alcanzó en su bote hasta la comunidad de Timpía y nos despedimos hasta un nuevo encuentro.
Cuando llegué me encontré a Juan Martín medio fastidiado porque los machiguengas prácticamente nos ignoraban. Era el día 6. Le dije que esperara un días más como le había dicho y si la situación no cambiaba pensáramos en la posibilidad de marcharnos.
En la mañana del día 7 sentimos un fuerte cambio. Los machiguengas comenzaron a hablar más con nosotros y ya no se reían de nuestra forma de actuar. Algunos nos obsequiaron comida e incluso jugamos al fútbol con ellos. Nosotros también colaborábamos con la comunidad y pronto entendieron que queríamos ayudarlos.
Fueron muchas las cosas que compartimos y la continuidad del paro hizo que la relación con los machiguengas de profundizara más. Con el tiempo, ya podíamos decir que ellos y nosotros ya éramos amigos.
La vuelta
Luego de un mes de permanecer en la selva, decidimos que nuestro de tiempo viviendo en Timpía ya era suficiente, y comenzamos a planear cómo sortear el paro y salir del amazonas.
En esos días, apareció una lancha de Comaru, una organización que confedera a las comunidades machiguengas del río Urubamba. Hablamos con Plineo, su vicepresidente, y sin ningún inconveniente se comprometió a llevarnos desde Timpía hasta Quillabamba. Ellos eran los únicos que podían sacarnos ya que el paro afectaba rutas y ríos.
Salimos a la mañana desde Timpía. La comunidad toda se hallaba frente al río, como lo hacían todos los días desde el inicio del paro. Nos paramos frente a ellos y nos despedimos con la ilusión de volver a verlos en las mismas tierras donde los habíamos conocido. Con ese gesto, nos marchamos de Timpía y nos encaminamos al nuevo rumbo.
La lancha nos dejó en Ivochote, donde volvimos a pasar la noche en lo del pastor. A la madrugada, una 4 x 4 alquilada por Comaru nos llevó hasta Quillabamba. En el camino pasamos por Koribeni, donde conocimos otra comunidad machiguenga que cortaba la ruta. A la gente de allí la notamos con un profundo dolor.
A Cusco llegué con la intención de no demorarme más de una tarde. Pero de nuevo me encontré con el mismo problema de no poder salir. Fue el último domingo de abril el que fijé como día póstumo para marcharme. Por ese entonces, me llegaron unas palabras sobre un día similar de hacía 50 años:
“Rasga el viento suavemente la mañana,
de un domingo soñoliento y tranquilo.
Mientras el sol con sus pálidos rayos bañaba,
nuestro Cusco todavía dormido”.
Con los primeros rayos del lunes me despedí de Juan Martín con quien acordamos encontrarnos en Nazca. Yo me fui a Poroi para hacer dedo, ya que consideré que el pasaje hasta la ciudad de las líneas era caro.
En este pequeño poblado de las afueras de Cusco me levantó un camión con dos choferes llamados César y Jorge. Me llevaron hasta Nazca y me invitaron a comer pollo a las brasas. Me despedí afectuosamente de ellos.
En Nazca, el avión que llevaba a la gente a ver las líneas costaba 50 dólares así que me conformé con el mirador que salía 1 sol. Al otro día llegó Juan Martín, agobiado porque el bus en el que viajaba se rompió y lo demoró más de la cuenta. Enseguida nos volvimos a separar ya que yo quería ir directo a Lima.
En la capital de Perú permanecí un día sin hacer noche. Luego de estar tanto tiempo en la tranquilidad de la selva, encontrarse con una ciudad donde lo único que se escuchaba eran bocinas y miles de autos, me terminaba de convencer de que éste era un lugar de paso.
Antes de irme pasé por la redacción del diario La República. Allí me invitaron a un brindis por el día del trabajador y pude conocer al dueño del periódico.
Trujillo fue mi próximo destino. En el bus conocí a una familia que me alojó en su casa sin costo alguno por los días que quisiera. Allí permanecí dos noches hasta que me fui a Huanchaco, un pequeño poblado costero ubicado a unos 40 minutos de allí.
Junto a otros argentinos hacíamos fuego todas las noches en la playa y muchas veces cocinábamos allí. Algunas personas se iban pero llegaban otras, y el tiempo junto al océano pacífico corría sin darnos cuenta. Cerca de 10 días permanecí allí.
Antes de irme, volvió a aparecer Juan Martín, y con uno que se iba y otro que llegaba, el grupo permaneció en equilibrio.
El último lugar de mi viaje por Perú fue Máncora, una playa hermosa y muy turística que se encuentra cerca de la frontera. Un día permanecí en este lugar y ya cerca del límite con Ecuador escuché por última vez el tema de moda de este país.
En la frontera me cobraron 3 dólares por haberme pasado 3 días el plazo de tiempo en Perú. Así que al igual que en Bolivia, tuve que sacar nuevamente la billetera para cambiar de país.
Con ese último recuerdo terminó mi viaje por Perú.
Notas dispersas cercanas a la frontera
Lima no tiene gripe
Cuando llegué a Lima me encontré con una ciudad temerosa por la gripe porcina. Y la preocupación del momento, era la joven argentina que había aterrizado de emergencia con el peligroso virus.
En la televisión, se veían a diputados enfurecidos pidiendo la cabeza del responsable y los diarios prendían fuego con la noticia. La prensa más sensacionalista decía que Argentina había contagiado a Perú.
Luego, cuando se descubrió que la chica no tenía gripe todo se tranquilizó. Los periódicos sacaron el tema de la tapa y lo depositaron en un lugar menos visible. La gente seguía por la calle como si nada, sin barbijos y sin preocupaciones, como antes de que apareciera todo.
Lucio y la selva
En la selva no sólo viven amerindios. También existen colonos, es decir, personas que desde la ciudad viajan a la zona para cultivar tierras o iniciar algún negocio. Algunos viven durante décadas en los bosques, como el caso de Lucio, a quien conocí por mi paso por el amazonas.
Lucio comenzó a trabajar en el café cuando tenía 12 años. Su primera experiencia fue de 24 meses paleando los granos para enterarse que su patrona no tenía dinero para pagarle. El enojo le duró poco y trabajó nuevamente en lo mismo con una señora joven. Se enamoraron, vivieron juntos y luego de un tiempo ya acumulaban una gran fortuna. Con ese dinero, la señorita se fue a la ciudad para comprar un carro de modo de progresar en su negocio.
Pasó un largo tiempo sin su regreso, hasta que le llegaron malas noticias nuevamente. La joven se había ido con un carnicero y había gastado toda la plata. Esa vez, el disgusto fue un poco más grande.
Pero Lucio siguió adelante. En esta oportunidad se dirigió al Ministerio de Agricultura y con 16 años pidió que le asignen tierras. Fueron 300 hectáreas en el medio de la selva lo que le dieron. Y con algunas cosas y sin dinero, una lancha lo dejó en su nueva chacra con una promesa: “Volvemos a buscarte en un año”.
Nada sabía de tigres, víboras ni indios. Sólo se limitó a descansar y construir su casita en las orillas del río Urubamba. Con el tiempo se encontró con los Machiguengas quienes le enseñaron a pescar, cazar animales o cultivar Yuca. Es decir, a sobrevivir.
Pasaron los años y Lucio se adaptó cada vez más al medio ambiente. Pescaba, cultivaba y cazaba. Pero también era presa de los animales que rondaban por la chacra.
Un día se quedó dormido en el yucal acechando a un jabalí. De pronto, levantó la cabeza y tenía a un Yaguareté a 6 metros de su espalda a punto de darle caza. Como pudo, giró el rifle y le atinó un disparo al animal, que luego de media hora cayó muerto. Una siesta que casi le cuesta la vida.
En otra oportunidad volvió a cazar uno de estos tigres y encontró restos humanos en su panza. Desde esa vez, nunca sale de su casa sin la escopeta sobre el hombro.
Para cerrar esta breve nota, queda la historia más extraña que me contó. Dice que en el año 92 llegó una argentina a su chacra llamada Zoila o Soledad (no recordaba bien el nombre). Lo que llamaba la atención era que venía descalza y por el medio de la selva. Ni machete ni botas. Sólo tenía un pequeño vestido blanco que la cubría hasta las rodillas. Lucio no podía creer lo que veía, ya que ni los indios caminan por el monte de esa manera. La joven decía que tenía Sida (enfermedad que Lucio no sabía hasta el día de hoy qué era) y que estaba por la zona buscando algo. Luego de un mes de vivir en la chacra se marchó a un poblado llamado Zepa donde apareció muerta. Nunca nadie le preguntó por ella y la vida de esta joven quedó olvidada.
Campesinos que mascan coca contra la ONU
En Perú también hay cocaleros. Lo diferencia con Bolivia es que aquí el Gobierno no los apoya. Ésa fue la razón por la que decenas de personas mascaron coca en la plaza de armas de Cusco, durante el 12 de marzo. Esa era su forma de protesta también contra la ONU, organismo que introdujo a esta planta en una lista de 61 sustancias consideradas narcóticas. Por esa resolución, los cocaleros hoy no reciben subsidios ni créditos por parte del Estado. Tampoco pueden exportar la hoja a otros países.
Sobre la plaza improvisan unas mesas y colocan sus productos para difundir los valores positivos de la hoja de coca. Vino, harina, tallarines, tortas, galletas, etc. Todos realizados con la misma planta que mascan. Si uno se acerca a conversar, de pronto se arma una ronda y ponen su atención en el interesado. Todos quieren decir algo y todos tienen historias para contar.
Dicen que son perseguidos por Devida, un organismo encargado de erradicar el consumo y la producción de la coca. Que la Umopar, la policía de Patrullaje de Rural, es la encargada de incendiar sus campos y de atacar las protestas. Y que se utilizan aviones desde donde lanzan herbicida sobre sus cultivos.
Otros agricultores cuentan que incluso la Umopar siembra un hongo traído desde un laboratorio estadounidense de Hawai, que destruye todas las plantas. Que se controla a la prensa y que han muerto muchos campesinos que defendían su chacra frente a las fuerzas del Estado.
Formas alternativas de llegar a Machu Picchu
-Para aventureros dolarizados: Se reserva de dos a tres meses de anticipación la entrada al camino del Inca. La caminata dura cerca de 4 días hasta llegar a las ruinas. Los precios van de los 200 dólares para arriba.
-Para caminantes de metros: Desde Cusco hasta Aguas caliente en tren. Los precios llegan a 100 dólares por el pasaje, aunque se puede llegar a reducir el costo si se acorta el viaje con una combi. Luego, en bus hasta las ruinas por 10 dólares adicionales.
-Para deportistas con dinero: Un día en bicicleta más otros dos o tres de trekking por la selva. Los precios rondan los 120 dólares.
-Para aventureros sin dinero: En bus hasta Ollantaytambo por 5 soles, y luego 1 hora de caminata hasta el kilómetro 81 (en el km. 82 comienza el Camino del Inca donde hay un puesto de control). Se cruza el río Urubamba a nado y se saltea la entrada. Luego, son 4 días de caminata por el camino llevando el alimento y la carpa consigo. Finalmente, se entra a las ruinas por arriba sin abonar los 120 soles que cuesta la entrada.
Es conocida la historia de unos mochileros que llegaron por este camino a las ruinas en la madrugada. Aburridos, sin poder ver Machu Picchu por la oscuridad, decidieron ingerir unas hierbas extrañas que llevaban consigo. Los guardias los encontraron al amanecer corriendo desnudos por el santuario sagrado.
-Para viajantes sin tiempo, dinero, ni ganas de caminar mucho: En bus desde Cusco hasta Quillabamba (15 soles). Se baja del micro en el poblado de Santa Teresa, y se toma una combi hasta la estación hidroeléctrica (10 soles). Desde ahí, se camina por una vía de tren hasta Aguas calientes. Al otro día, con el amanecer, se sube a Machu Picchu caminando.
-Para los que ahorran con la entrada: Sacar sea como sea la Isic, o tarjeta de estudiante internacional. El costo es de 10 dólares y muchos se las ingenian para obtenerla sin haber pisado una universidad. Con ella, la entrada cuesta la mitad, y se obtienen descuentos para otras ruinas.
Otra opción que otros intentan es la de colarse. Por ejemplo, tres españoles salieron de Aguas Calientes para Machu Picchu a las 3 de la mañana. Tomaron un desvío y se metieron al santuario. Un guardia los encontró y les pidió dinero para dejarlos pasar. Luego de un tire y afloje quedaron en 40 soles por los tres. Lo único malo para ellos fue que no pudieron ingresar a Wayna Pichu cerro desde donde se contempla todas las ruinas y los valles que las circundan.
Una visita al pueblo nativo de los Machiguengas
Abril 26, 2009 | Por viajante | Claves: alan, amazonas, amazonia, amazonicos, comunidades, garcia, indigenas, machiguengas, nativos, originarios, paro, peru, pueblos, selva, timpia, urubamba | # Enlace permanente
En la terminal Santiago de la ciudad de Cusco, una docena de personas se mantiene nerviosa y a la expectativa. De repente, algo se despierta en ellos cuando un potencial pasajero se acerca. “Quillabamba, Quillabamba para ahorita”, comienzan a gritar y de golpe surgen las peleas por conquistar al cliente. Poco importa si el paso del tiempo materializa la idea de que nos han mentido con la hora de salida; el vendedor se encuentra ocupado en rifar el resto de los asientos.
Así, uno comienza a dar los primeros pasos para salir de la antigua capital de los incas y adentrarse en la zona selvática de Perú. De modo que ahora el paisaje se empequeñece. Algunos cerros nevados dan paso a otros mas pequeños y la vegetación comienza a aparecer paulatinamente. Los caminos se hacen de tierra y luego de unas horas, el verde lo inunda todo.
Son cerca de 17 horas en bus por caminos en zig-zag hasta llegar al poblado de Ivochote. En este punto, los ríos se convierten en rutas y las historias sobre ahogados y botes encallados comienzan a flotar por el aire hasta generar un haz preocupación.
Pero lo que concentra los miedos de los pobladores es el Pongo de Mainique, un lugar extraño y peligroso que alimenta la mayoría de historias y leyendas del pueblo Machiguenga.
En este sitio, los cerros se van angostando, las orillas del río se acercan y el agua se agita violentamente, al igual que las pequeñas embarcaciones que desfilan sobre sus olas. Al final del Pongo, aparece un rostro en la piedra tallado de forma natural y a partir de allí las sierras se disuelven y el paisaje se vuelve completamente llano. Ya es la selva del amazonas.
En total, son 3 horas en barco hasta llegar a Timpía, el poblado Machiguenga que elegimos para conocer. En el camino quedó Sababantieri, otra comunidad que cuenta con una historia aparte, ya que allí fueron asesinados un turista alemán y su guía. El primero de un escopetazo en la sien; el segundo degollado con un machete. Las circunstancias aún hoy permanecen en la oscuridad, pero por lo que se pudo averiguar es que éstos habrían asustado a los nativos sin darse cuenta. Y los Machiguengas, poco acostumbrados al contacto con los extranjeros, habrían reaccionado defensivamente motivados por el miedo. En este poblado, además, la National Geographic filmó un documental sobre el final del 2008.
Siguiendo el rumbo y una vez en Timpía, los pobladores se asoman a sus casas y con miradas curiosas saludan tímidamente a los visitantes. Aquí, el jefe es quien debe aprobar la estadía de los extraños en la comunidad. Y no es sencillo de conseguir este permiso. Pero si se tiene suerte y se actúa con respeto, se consigue finalmente la estadía.
Timpía y su pasado
El origen de este poblado, cuyo nombre significa “Atalaya de los vientos”, se remonta a 1953, cuando un fraile dominico llamado Miguel Matamala convocó a varias familias machiguengas dispersas por la cuenca del río Urubamba. Con varios de estos nativos fundó Timpía. En esa época, la presión de la Iglesia era fuerte, ya que los evangelistas avanzaban cada vez más por la zona y creaban mucha preocupación en la comunidad católica.
Hasta ese entonces, los machiguengas vivían en familias dispersas que circulaban a lo largo de su territorio. De ese modo, los nómades del Urubamba organizaban su vida siguiendo a los cardúmenes por los ríos. La Iglesia, al promover el sedentarismo y agruparlos en comunidades mayores alteró completamente su estilo de vida. Y preparó a Timpía como base pionera para fundar otros pueblos nativos como Sababantieri y Alto Timpía.
Con el tiempo, algunas prácticas como la poligamia fueron erradicas con éxito, mientras que otras, como la ingesta de masato, no pudieron ser combatidas y se mantiene hasta hoy (un fraile intentó eliminar esta bebida por las borracheras que provocaba y casi pierde la vida).
Así, los machiguengas aprendieron castellano, mejoraron el acceso a la salud y aumentaron paulatinamente su población. También consiguieron que en 1974 el Gobierno reconociera sus derechos como comunidades nativas preexistentes al estado.
Más atrás en el tiempo, la historia parece perderse en un vacío y las dificultades para indagar en el pasado machiguenga sorprenden a más de uno. “Los libros se encuentran en Lima”, señala Santiago, el Padre de la comunidad. De ese manera, el conocimiento se escapa más allá de las fronteras de Cusco y de los andes.
La modernidad llegó como una flecha
Luego de años de relativa tranquilidad, los machiguengas conocieron 3 nuevas palabras que no tenían traducción en su idioma: petróleo, oro y gas. Con ese nuevo vocabulario, los nativos conocerían el progreso de su comunidad como así también las amenazas por el deterioro de su medio ambiente.
La amazonia rebosa de recursos y las empresas se interesan cada vez más en la zona. Hace 7 años, por caso, se instalaron las primeras multinacionales para extraer gas, y por utilizar sus tierras y construir un gasoducto en la selva pagaron US$ 75.000 a los machiguengas. También les suministraron un generador eléctrico, computadoras e Internet.
Y lo que en un principio redundó en beneficios económicos para los nativos, pronto se desnudó y mostró el lado oscuro de la contaminación. Así, fue como una tarde se rompió un gasoducto y el gas licuado se derramó en el río matando buena cantidad de peces y algas. La indemnización no tranquilizó a los nativos que pronto descubrirían otras aristas del mismo problema.
Por eso, más bien que una población que se encuentra aislada de la sociedad con sus costumbres intactas, más bien Timpía lo que muestra es como afecta la globalización a una comunidad indígena con escaso contacto con el mundo externo. Es decir, los machiguengas se hallan en un cisma.
Ahora, la presión por los recursos es cada vez más fuerte y no sólo es el gas, sino el agua, los bosques y los minerales están bajo consideración del Gobierno y de las empresas, lo que motiva nuevas políticas por parte del estado. Por ejemplo, en el Congreso espera para su aprobación un proyecto de Ley que encadena el presupuesto del Ministerio de Defensa al canon y las regalías mineras que se extraigan en el futuro, con lo cual se incorpora a las FF.AA. como otro actor con intereses directos en la explotación de recursos por parte de empresas multinacionales.
El contacto y el aislamiento
Los machiguengas tuvieron relaciones comerciales con los incas, pero nunca se subordinaron al imperio. Quizás, la falta de un poder central en la cuenca del Urubamba dificultó cualquier tipo de conquista. Su dispersión, así, habría sido su mejor defensa. Sea como fuere, los nativos no guardan rencor contra aquella civilización.
Fueron los hombres blancos quienes a principios del silgo XX hicieron descubrir en los nativos el odio y el horror contra otro ser humano. En ese entonces, los caucheros subían los ríos secuestrando mujeres y niños, y asesinando a los adultos hombres. Esta situación motivó que muchos machiguengas se internaran en la selva y cortasen todo contacto con el exterior. A este grupo se los conoce como kogakaporis y aun siguen desnudos por los bosques transmitiendo su miedo al blanco de generación en generación.
Dos expediciones en 2001 y 2002 encontraron a estas personas cerca de la comunidad de Alto Timpía. Pero luego de unos meses del contacto, estos indígenas volvieron a desparecer al interior de la selva.
Como recuerdo último de los machiguengas, nos llevamos la imagen de hombres y mujeres que permanecen de pie por horas, sin mostrarse perturbados por el calor y el sol que los abraza. Siguen descalzos, como lo hacen desde épocas pretéritas, con sus arcos y flechas como estandarte, prácticamente inofensivos para cualquier Gobierno, pero de una fuerza simbólica descomunal.
“Nosotros estamos defendiendo nuestro territorio de este Gobierno que nos está queriendo vender. Como comunidad no queremos eso, sino vivir en paz, como lo hemos hecho desde el principio, cuidando nuestros recursos naturales”. Felipe Semperi Fernández, Presidente del Comité de Lucha de Timpía.
La amazonía peruana está enojada
Los indígenas de la selva se han levantado en un paro general contra el Gobierno, en reclamo por acuerdos incumplidos que afectan toda la vida de estas comunidades.
Se han cortado ríos y rutas, impidiendo todo tráfico por la zona. A su vez, distintas organizaciones y ciudades se unen en solidaridad. Alan García, presidente peruano, ya ha movilizado efectivos para proteger el abastecimiento de gas desde la selva a las grandes ciudades.
La comunidad machiguenga de Timpía, ubicada sobre las márgenes del río Urubamba, junto con Sababantiari y alto Timpía dicen presente y se suman a la movilización de todos los pueblos de la cuenca del amazonas.
El reclamo
En agosto de 2008 los pueblos de la selva realizaron un paro contra la privatización de sus territorios. Finalmente, luego de 8 días, los nativos consiguieron derogar dos leyes y obtener una promesa del Gobierno de desarticular otros proyectos y decretos.
A 8 meses de lo ocurrido, ninguna promesa se ha cumplido y por eso los pueblos amazónicos se levantaron de nuevo.
Los decretos legislativos de las comunidades pretenden que se deroguen son:
-Dec. 1064. Vulnera los derechos de propiedad de los territorios indígenas.
-Dec. 1081. Las comunidades argumentan que con esta ley se permite la virtual privatización del agua.
-Dec. 1084. Promueve la inversión en territorios ocupados por los nativos sin su consentimiento.
-Dec 1090. Nueva Ley forestal de fauna silvestre.
Los guardianes del Titikaka al acecho de sus visitantes
En una época remota, un grupo de familias arribaron a tierras extrañas con un objetivo claro: asentarse, consolidarse y crecer como una nación con sus propios dioses y objetivos.
Nunca se supo bien el origen de este pueblo. Algunos creen que fueron parte de las primeras migraciones humanas al continente por el estrecho de Bering. Otros, estipulan que fueron antiguos polinesios que arribaron en sus botes a las costas americanas.
Lo cierto es que a su paso atravesaron selvas y montañas, para finalmente anclarse en un valle protegido por largas cordilleras. En ese lugar único, las sierras impedían a los ríos verter sus aguas en el mar, lo que terminaba por formar un inmenso lago casi a la altura de las nubes. Era el Titikaka (“puma de piedra” en aymará; “puma gris” en quechua), que con sus 3.809 msnm es el espejo de agua navegable más alto del mundo.
Sobre sus márgenes estas personas crearon su hogar, y con sus aguas regaron sus cultivos y sus esperanzas por un destino próspero.
La ofensiva Inca
Con el tiempo, otro pueblo poderoso comenzó a avanzar por la zona en la búsqueda de nuevos territorios. Con el fuego que les generaba su dios Inti, pronto dominaron varias comunidades andinas hasta finalmente encontrarse a las puertas del Titikaka.
Nada pudieron hacer los habitantes del lago frente al poder de los incas, y el dominio de unos sobre otros se volvió inevitable. Así fue que los hijos del sol impusieron a este pueblo un tributo en mano de obra (mita) y una sumisión llana al imperio.
Rebelión aguas adentro
El cambio en el estilo de vida y el surgimiento de nuevas obligaciones provocaron el descontento de esta comunidad poco acostumbrada a recibir órdenes.
De modo que la rebelión comenzó a construirse despacio y por debajo. Y como atacar a los incas prácticamente era imposible, la estrategia en esta oportunidad sería replegarse a una zona donde ningún ejército podría alcanzarlos: las aguas de Titikaka.
En base a la totora, una planta que crece en esa zona, construyeron largas islas flotantes y sobre ellas edificaron sus hogares móviles. Así, este pueblo pudo mantener una distancia con el inca y vivir en relativa tranquilidad.
“Cunasa sutima”
Dentro del mundo andino, a este pueblo se lo conoce como los Uros. Son los llamados “hijos del amanecer”. Y su estrategia defensiva basada en el aislamiento y la protección de una isla no es nueva en la historia americana.
Por ejemplo, a miles de kilómetros del Titikaka, los primeros aztecas arribaron al valle de México en una situación precaria. Habían migrado desde el norte sin poder hallar un lugar confortable y debido a la hostilidad de otros pueblos fundaron Tenochtitlán sobre una isla (donde hoy se encuentra la ciudad de México). Más adelante, los sacerdotes aztecas se encargarían de mistificar la historia y darle un tono épico a la epopeya.
Sin embargo, aztecas y Uros se diferencian cuando se compara el despliegue de unos y el repliegue de otros al interior de su comunidad. Pero se parecen cuando se comprueba la transformación y el cambio en la cultura con el paso del tiempo.
De hecho, hace 60 años fallecía la última persona que conocía el Uruito, el lenguaje de los Uros. Con esta desgracia, los pobladores del lago adoptaron el aymará, convirtiendo su idioma original en una lengua muerta.
Hoy en día, los Uros reciben a sus visitantes con los brazos abiertos. Preguntan a los recién llegados “Cunasa sutima”, o sea, “cómo te llamas” en aymará. Cantan canciones en inglés y español y acercan sus botes más cerca de la costa año tras año para no perder a los turistas.
Han reconvertido su vida en torno del turismo y todos estos cambios obligan a preguntarles a ellos realmente “Cunasa sutima”. Conservan muchas costumbres, pero su identidad se ha diluido.
Un estilo de vida propio
Cerca de 52 islas flotantes albergan 600 personas en una zona del lago de escasa profundidad. La vida de esta comunidad gira en torno de la totora, con la cual además de construir sus casas y botes, fabrican medicinas y hasta alimentos.
Cuando hay problemas entre familias, toman un serrucho, cortan una porción de la isla y divididos toman rumbos distantes. Si todo marcha bien, las islas permanecen en un lugar fijo asentadas con 12 anclas.
Los inviernos son crudos, los veranos agradables. La ciudad de Puno está a la vista, pero ellos en su mayoría prefieren permanecer flotando a una distancia considerable como para cautivar la imaginación de los turistas.